¿Permisología o Gobernanza del Futuro? Reformar sin destruir lo que funciona

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Por Cristian Bustos Salas, Cofundador de Beeok y Fundador de Better Consultores

La palabra “permisología” ha capturado el debate público en Chile con mucha fuerza. Se la menciona en discursos, entrevistas, columnas y seminarios como un enemigo común, como si los permisos fueran el gran obstáculo que impide el desarrollo del país. Pero detrás de esa crítica simplificada hay una discusión mucho más compleja, estructural y urgente: ¿cómo organizamos nuestro desarrollo para que sea seguro, sostenible y justo?

Primero, hay que decirlo con claridad: “permisología” no es un concepto técnico ni jurídico. Es una etiqueta, muchas veces peyorativa, que agrupa el conjunto de autorizaciones, trámites y regulaciones que deben cumplir los proyectos de inversión. Y aunque es cierto que el sistema chileno tiene problemas de eficiencia, duplicidad y lentitud, la solución no está en eliminar los permisos, sino en transformarlos con inteligencia, visión y responsabilidad.

Chile es un país que ha demostrado, una y otra vez, que su institucionalidad funciona. Tenemos normas sísmicas que han salvado miles de vidas, estándares en construcción, vialidad, energía y salud que son referencia en América Latina. Contamos con procesos ambientales, urbanísticos y técnicos que, aunque perfectibles, han permitido que el desarrollo ocurra con reglas, con control y con legitimidad.

¿Qué sería de nuestras ciudades si no existieran normas de edificación? ¿Qué pasaría con nuestros ríos, glaciares o comunidades indígenas si no tuviéramos procesos de evaluación ambiental? ¿Qué ocurriría en una crisis sanitaria o hídrica si cada cual hiciera lo que quisiera, cuando quisiera? El “lejano oeste” del desarrollo sin regulación no es solo una fantasía peligrosa, es una amenaza real para el medio ambiente, la estabilidad social, la equidad territorial y la sostenibilidad.

Dicho esto, también es cierto que el sistema actual necesita cambios urgentes. En muchos casos, los permisos están centrados en el proceso —en la formalidad, en la burocracia— y no en los resultados. Se revisan papeles, pero no siempre se busca identificar y evaluar los impactos realmente significativos. Muchas veces, se exige lo mismo a proyectos pequeños que a grandes proyectos. Se superponen organismos y se pierde tiempo sin ganar calidad.

La permisología, bien entendida, debería ser todo lo contrario: una herramienta estratégica del Estado para guiar el desarrollo en beneficio del bien común. Especialmente hoy, cuando enfrentamos desafíos estructurales que claman por acción como: la crisis hídrica sin precedentes, que exige infraestructura resiliente y gestión territorial integrada; la urgencia climática que requiere energías limpias, planificación adaptativa y eficiencia ambiental; Demandas sociales en vivienda, salud, educación, transporte y seguridad que no pueden esperar una década en trámites; Y la necesidad de espacios para la industria y la inversión, sin comprometer comunidades ni ecosistemas.

Otros países ya han enfrentado esta tensión y han avanzado con éxito. Noruega ha digitalizado sus permisos con ventanillas únicas y alta confianza institucional. Canadá ha incorporado evaluaciones estratégicas con enfoque territorial y respeto a los pueblos indígenas. Nueva Zelanda ha rediseñado su normativa para centrarse en resultados y desempeño. Los Países Bajos planifican a largo plazo, con mapas claros y participación ciudadana anticipada.

Chile puede y debe hacer lo mismo. Tiene con qué. Pero para lograrlo, necesitamos una visión común: transformar la permisología en un sistema moderno, interoperable, proporcional al riesgo, y centrado en resultados. Un sistema que proteja, sí, pero que también habilite. Que ordene el territorio, que anticipe conflictos, que acelere lo que urge y controle lo que importa.

La invitación no es a destruir, sino a reformar sin perder lo que funciona. A pasar de una permisología reactiva y fragmentada a una gobernanza inteligente del desarrollo sostenible. Una gobernanza que no solo diga “sí” o “no” a los proyectos, sino que diga “así es como lo hacemos bien, para todos”.

Porque el verdadero progreso no es solo cuestión de velocidad, sino de dirección. Y en eso, los permisos —bien hechos, bien pensados— son una brújula que no podemos darnos el lujo de perder.

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