Las organizaciones de apoyo, claves para un ecosistema filantrópico y de inversión social más fuerte

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Rosa Madera, fundadora y CEO de Empatthy

Estamos en tiempos de grandes cambios geopolíticos e innovaciones tecnológicas que están influyendo en nuestros modos de vivir. Es justo preguntarse, entonces, qué deseamos para la sociedad en las próximas décadas.

Según casi todas las medidas del bienestar humano, el mundo se ha convertido en un lugar mejor, pero se avecinan nuevos desafíos, continúan muchas brechas sin resolver –que necesitan soluciones sistémicas–, ha aumentado tanto la necesidad de lograr el equilibrio entre las crecientes necesidades humanas y los límites planetarios y ambientales como los nacionalismos, las demandas de privacidad tras filtraciones generalizadas de datos y todos los impactos de la automatización sofisticada en la vida de las personas.

Además, por parte de los gobiernos existe una tendencia general hacia medidas regulatorias más restrictivas y, en muchos casos, este aumento de controles y las restricciones de financiación están haciendo más difícil para ciertas instituciones de la sociedad civil llevar a cabo sus actividades. Por un lado, podría interpretarse como una oportunidad para introducir más transparencia y rigor en el sector; por el otro, también está contribuyendo a un espacio cívico restrictivo, por el que la sociedad civil y los ciudadanos están limitados en sus libertades y actividades cívicas.

Mientras tanto, las empresas se están comprometiendo más visiblemente con la agenda social y ambiental. Las empresas chilenas –y en particular, las que operan a escala global– han sido cada vez más proactivas en el campo de la sostenibilidad. En un espectro de compromiso que va desde las relaciones comunitarias hasta el activismo corporativo y campañas contundentes que abordan cuestiones sociales y políticas sensibles, se ve con optimismo que el sector corporativo es un socio cada vez más relevante para buscar soluciones a desafíos sociales y ambientales.

Desde la implementación de los Acuerdos de París hasta los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, la comunidad internacional espera que las empresas sean tan responsables como el gobierno y la sociedad civil para avanzar en la agenda de desarrollo sostenible. Las empresas deben aportar las competencias del sector privado –como la innovación y la eficiencia– y también recursos –como activos y apoyo financiero– en el proceso.

La relación de la sociedad civil con las empresas se ha vuelto más matizada y sofisticada, con ejemplos interesantes de asociaciones de colaboración con visión de futuro y alianzas improbables emergentes. En este contexto, el trabajo de la sociedad civil, en donde el tercer sector es parte importante, se ha vuelto aún más importante. Este llamado tercer sector –que reúne a las organizaciones no gubernamentales sin fines de lucro– es un “solucionador de problemas dedicado y comprometido”, pero necesita intensificar sus esfuerzos para adaptarse a una nueva realidad de desafíos interconectados y que cambian rápidamente. Cuando miramos los números, está claro que este sector tiene el tamaño y la escala a nivel mundial para poder ajustarse con firmeza al cambio.

En el pasado, a las organizaciones de la sociedad civil les resultaba difícil medir estadísticamente el impacto económico de su trabajo y el tamaño de su sector, pero, progresivamente en los últimos años, gracias a investigaciones, hay más datos: las cifras muestran un alto dinamismo en la creación de organizaciones sociales y con impactos cada vez más conocidos.

La carga de trabajo de estas organizaciones también ha aumentado y, con ello, viene más responsabilidad y la necesidad de gestionar las expectativas: por una parte, se les está obligando cada vez más a encontrar mecanismos que repiensen programas, operaciones, estrategias de movilización de recursos y modelos de asociación. Por otro lado, se les pide mostrar su relevancia y capacidades, pero estas exigencias van acompañadas de una evaporación generalizada de la confianza en las instituciones de la sociedad civil, así como ocurre con las empresas, los gobiernos y los medios de comunicación. Este colapso de la confianza significa que el tercer sector necesita trabajar más duro, de manera más efectiva y más transparente, y comunicarse mejor con los destinatarios actuales y potenciales, los aliados y todas las partes interesadas.

Los recientes escándalos que están afectando en Chile a las fundaciones que reciben asignaciones directas desde organismos del Estado están contribuyendo aún más a percepciones erróneas y a la desconfianza en el sector, dañando su credibilidad. Esto podría crear un círculo potencialmente vicioso de disminución del compromiso y la financiación, amenazando en última instancia a todos los involucrados en estos temas.

Hoy se necesitan organizaciones sociales bien gestionadas y confiables, organizaciones de apoyo que aporten a su desarrollo, filántropos e inversionistas que financien proyectos para movilizar capital catalítico, empresas comprometidas con el impacto, un sector público que sea un buen aliado y responsable, una academia que forme líderes habilitadores del triple impacto y medios de comunicación que informen y difundan todo lo que está ocurriendo en este sector movilizado para contribuir a solucionar problemáticas sociales y medioambientales.

Para el crecimiento de la filantropía, las donaciones y la inversión social privada en Chile, se requiere invertir en el ecosistema de apoyo, aquella infraestructura que acelera el crecimiento y puede catalizar el impacto de las organizaciones sociales, generando datos que fomenten la transparencia y las decisiones informadas, defensa de un entorno propicio, campañas para desarrollar una cultura de generosidad, tecnología que vincule a los donantes y destinatarios, asesoramiento y desarrollo de capacidades para hacer un mejor uso de los recursos existentes, espacio para la mediación con los donantes entre otros. La infraestructura es raramente abordada por los financistas como una inversión estratégica que puede generar retorno; incluso se le considera simplemente como un campo adecuado que necesita ser construido.

La infraestructura de soporte (Support Philanthropy and Social Investment Organization) es crucial para permitir el cambio de sistemas que buscan las organizaciones sociales y los financiadores. En Empatthy fuimos pioneros en destacar la necesidad de hacer algo al respecto, una convicción que vino de años de trabajar en el sector y experimentar los vacíos que estamos tratando de llenar.

En este momento en que la filantropía y la inversión de impacto está creciendo globalmente en volúmenes y diversidad de formas, es importante preguntarse cómo en Latinoamérica, y en concreto en Chile, se puede apoyar más el desarrollo de las organizaciones que forman el sistema de apoyo que contribuye a aumentar la eficacia de la filantropía y la inversión social, ya que somos muy necesarias para el desarrollo de habilidades, conocimientos, experiencia, construir relaciones, reputación e influencia.

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