Niñas y niños: El rostro olvidado de los migrantes

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Alejandra Fuenzalida, directora ejecutiva de United Way Chile.


La Organización Internacional de las Migraciones indica que en estos tiempos existen más de 258 millones de migrantes internacionales en el mundo. Una de cada 30 personas es migrante.

Las personas que migran experimentan múltiples historias; lo hacen empujados y empujadas por factores económicos, culturales, familiares, de violencia política, violencia doméstica, entre otros, confluyendo, generalmente, en la esperanza de edificar una vida mejor que la que tienen en donde habitan.

Respecto a cómo comprender los procesos migratorios con protagonismo de la niñez, el primer desafío sería validarlos como sujetos de derecho, y que esto se dé no solo en lo escrito, sino que, en contexto de una política pública, siendo traspasado, incorporado, validado y por ende ejecutado desde todas las institucionalidades, relativas a la niñez. Y es desde ese punto, por ende, que se debería articular el sistema para atender sus necesidades, que van mucho más allá de las llamadas “básicas”. Sin embargo, la mirada que hoy tenemos en nuestro país en materias de migración sigue siendo adulto-centrista, y la resolución de la necesidad se da desde ese mismo enfoque.

Hoy en día, se ha dado un aumento explosivo de la migración a Chile, situación que ha generado gran debate respecto a lo que se está viviendo en las fronteras de nuestro país, generando una pugna entre lo que es y no es ayuda humanitaria en materias de migración. Pero acá el tema va un paso más allá, la resolución que se puede dar desde cualquier Estado en materias de migración debe considerar no solo el hecho de cómo dar asilo, ya sea transitorio y/o permanente a dicho migrante, desde una estructura política, sino que también cómo se sostiene dicho acto a nivel de sociedad, cómo se genera tal acción sin provocar animadversión por parte del resto de la población que acogerá a dicho migrante. Y cómo la estructura se prepara para acogerlo desde un todo, validando su origen y considerándolo como un aporte al desarrollo social.

Es por ejemplo en este punto, en donde podemos observar un quiebre en materias de infancia. La experiencia internacional señala que los contextos de migración suponen un estrés adicional para las familias, por la pérdida de referentes y apoyo social, lo que se suma a la situación de sus cuidadores, que deben enfrentar la elección de criar niñas y niños bajo parámetros culturales de su país o aceptar las demandas culturales del país receptor. Y, cuando no se logra integrar las pautas de crianzas que traen las familias, los cuidadores tienden a sentirse poco competentes en su rol y tomar una actitud pasiva en la crianza, con importantes consecuencias en la comunicación familiar y en el desarrollo de niños y niñas.

Es así que algo que debería ser tan natural para un niño o niña, como es conocer la cultura, historia y costumbres de su familia, si ésta es migrante, puede convertirse en un punto de conflicto generando un quiebre en el vínculo esencial de todo ser humano: en su propia familia.

Es por lo anterior que como sociedad nos debemos preguntar qué estamos haciendo para prevenir que quiebres tan profundos como el mencionado, puedan ocurrir en niños y niñas que viven hoy en Chile, sin importar su procedencia.

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