Impacto del cambio climático en los precios de los alimentos: Un problema que ya es permanente

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Por Daniel Vercelli Baladrón, socio y Managing Partner de la consultora Manuia, director de empresas

Los sistemas frontales que afectaron al país en los últimos meses generaron efectos directos en los precios de verduras como las acelgas, el repollo o la lechuga, algo que seguramente también veremos en Fiestas Patrias. Los expertos advierten que en los tiempos actuales, cualquier alimento que sea extraído del suelo podría tener alguna alteración en su valor. Algo similar ocurrió con el aceite de oliva, cuya alza se debe a los efectos de la crisis climática entre los principales países exportadores como España o Australia, que debieron reducir significativamente su producción.

Estos ejemplos nos demuestran que el cambio climático es un fenómeno que experimentamos de manera tangible y cuantitativa. Afecta la producción agrícola y como consecuencia, el precio de lo que consumimos a diario. En los últimos dos años hemos visto cómo la inflación tiene un fuerte componente derivado de los precios de frutas y verduras. Por eso, debemos prestar atención a estos índices y su efecto permanente en nuestra economía y bienestar social.

De hecho, la evidencia sugiere que la inflación alimentaria no es temporal, sino que está convirtiéndose en una fuente persistente de presión inflacionaria, reforzando la idea de que hoy la agricultura enfrenta retos sin precedentes. A medida que el cambio climático transforma las estaciones de crecimiento y provoca condiciones extremas, se hace cada vez más difícil para los agricultores mantener una producción adecuada de alimentos.

Un estudio del Banco Central Europeo que modeló los escenarios futuros basados en datos históricos, estima que las tasas de inflación alimentaria podrían aumentar hasta 3.2 puntos porcentuales anualmente en la próxima década debido a las temperaturas más altas. Considerando que los alimentos constituyen una parte significativa del gasto familiar, este costo extra terminará por generar una escasez de insumos y empujar a más personas hacia la pobreza extrema.

Este dilema plantea la necesidad de una intervención activa desde los ámbitos gubernamentales y económicos. La solución no pasa sólo por adaptar las prácticas agrícolas, sino también por garantizar que los sistemas de producción sean resilientes. El uso del riego eficiente y la implementación de prácticas sostenibles son ejemplos de cómo se pueden mitigar los efectos del cambio climático en la producción de alimentos. Por otra parte, el uso de variedades de cultivos más robustas ha sido recomendado por expertos para hacer frente a las nuevas presiones de plagas y enfermedades que vienen de la mano de un clima cambiante.

A nivel económico, cada país tiene una tarea pendiente en la creación de políticas que aborden las presiones inflacionarias sostenidas y las autoridades comprendan que ya no se trata de simples decisiones unilaterales. Una falla o retraso en la cosecha en un país productor puede provocar aumentos de precios significativos en otros lugares del mundo, incluyendo las economías avanzadas. Tal como se ha evidenciado en la crisis reciente de Ucrania, los efectos de la guerra en la oferta de alimentos han resaltado la vulnerabilidad de las cadenas de suministro, lo que sugiere que una buena planificación y cooperación internacional son esenciales para evitar futuras crisis.

La crisis producto del cambio climático ya tiene un impacto claro y medible en los precios de los alimentos, y este fenómeno parece empeorar con el paso del tiempo. La interrelación entre inflación, producción agrícola y política económica plantea desafíos que sólo pueden superarse con un enfoque multidimensional que involucre a los gobiernos, el sector privado, la academia y la sociedad civil, con el objetivo de formular respuestas efectivas y sostenibles. Si no lo hacemos, el costo de no actuar podría resultar demasiado alto: en el corto plazo para los más vulnerables a través de impactos tan directos como la inflación, en el mediano y largo plazo para generaciones futuras que no sólo heredarán un planeta transformado por el cambio climático, sino también una sociedad menos próspera y por lo tanto más fragmentada.

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