Solange Veloso, directora nacional de operación social del Hogar de Cristo
Partiendo nuestro tercer año de compleja convivencia con el COVID, no cabe duda de que los equipos están cansados. Cada nueva variante, cada nueva ola, obliga a repetir protocolos, procedimientos, medidas de resguardo y a buscar personal de reemplazo, porque este bicho no discrimina y contagia a cuidados y a cuidadores.
Encontrar a los técnicos en enfermería, a los monitores que saben trabajar con adultos mayores y/o personas con discapacidad mental, es todo un desafío, porque Hogar de Cristo no es la única institución que presta apoyo psicosocial en dispositivos residenciales a distintas poblaciones vulnerables; es, claro, una de las más grandes, pero no la única y todas hemos enfrentado esa falta de manos en los momentos cruciales de la pandemia.
Si al comienzo, en marzo de 2020, eran la incertidumbre y el temor real a la muerte la gran amenaza desestabilizadora; hoy es el sentimiento es “hasta cuándo. ¿Terminará en algún momento la pesadilla?”. Es cierto que esta cepa bautizada Omicrom es más leve y que la gran mayoría de nuestros usuarios y trabajadores ya cuentan con su programa de vacunación completa y algunos incluso tienen puesta su cuarta dosis. Pero proteger la vida de más de 1.400 personas frágiles, abandonadas, con enfermedades de base, con muchos años encima, como los adultos mayores de nuestras hospederías o residencias de larga estadía, o con mucho trauma sobre los hombros, como los niños, niñas y adolescentes de las casas de protección, o las personas de calle o las con discapacidad mental de los programas de acogida, es una tremenda responsabilidad profesional y humana.
La evidencia internacional muestra que Omicrom contagia con rapidez a muchos, señalando una curva que es literalmente una línea vertical, pero que, pasado cierto tiempo, el cese de los contagios es igualmente rotundo. Esperamos llegar lo antes posible a ese punto de quiebre del ascenso de los contagios e iniciar la bajada de los casos. Hoy hemos tenidos brotes en Arica y en Coyhaique, por mencionar dos extremos del territorio, sin las lamentables consecuencias de la primera ola, pero el hasta cuándo es una carcoma síquica que desgasta a equipos fatigados.
Lo positivo de todo finalmente es que la evidencia práctica, empírica y en terreno demuestra que los equipos y nuestros acogidos han sabido mantener el espíritu en alto. Juntos han comprobado aquello de que lo que no te mata, te fortalece. Y que lo más importante es enfrentar las dificultades juntos y reflexionar sobre ellas. Cuidarse unos a otros, en todo sentido. Entender que cada uno de nosotros es responsable del bienestar de los demás. Agradecemos que hoy podamos decir a todo el mundo “acérquense”, porque, con todos los resguardos, está siendo posible que el voluntariado asuma ciertas tareas, como las Rutas Calles para atender a los más pobres entre los pobres, los que viven a la intemperie.
Encarar la enfermedad y la muerte nos ha puesto a prueba y, sin duda, hemos salido fortalecidos, pero como siempre decimos nadie se salva solo y necesitamos de todos para cuidar a los más descuidados, los pobres de Chile.