No nos conocemos, pero nos necesitamos

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Por Antonia Salas, analista de Gestión Social

A una cuadra de Lyon con Providencia, un grafiti destaca por sobre el mar de frases que ha cubierto la ciudad de Santiago desde el 18 de octubre de 2019: “no nos conocemos, pero nos necesitamos”.

En menos de seis meses los chilenos hemos enfrentado la fuerza de la mayor crisis sociopolítica desde el regreso a la democracia y una pandemia global con consecuencias aún desconocidas. La desconfianza y el aislamiento entre unos y otros se ha expresado desde el miedo a la violencia, la falta de tolerancia por el que piensa distinto, hasta el temor por el contagio del Covid-19.  

Para sumar más incertidumbre al panorama, la actual crisis mundial que vivimos por la expansión de este virus surge en medio de la cuarta revolución industrial. Según cifras de McKinsey Global Institute, con la tecnología que ya existe, alrededor del 50% de los trabajos actuales podrían ser reemplazados por un robot.

Sin embargo, aunque el miedo a las máquinas a veces nos paralice, la situación actual nos deja una lección: por más sobrehumanos y tecnologizados que nos encontremos, la interacción humana es fundamental. Ningún 5G, internet de las cosas o proceso de automatización podrá jamás reemplazarla en su totalidad.

Es paradójico que en tiempos en que nos refugiamos y aislamos, es cuando más comprendemos que, aunque no nos conocemos, nos necesitamos. La sociedad funciona y se desarrolla en base a la interacción y cooperación diaria y anónima de todos nosotros. Estamos todos conectados, sin fronteras ni barreras.

Emociona ver videos virales de comunidades a lo largo del mundo que se han congregado para hacer actividad física en medio de la cuarentena desde los balcones de sus casas, o bien se han organizado para realizar dinámicas de interacción de un lado a otro entre los mismos departamentos.

No nos conocemos, pero dependemos de los otros. Ningún robot sustituirá la necesidad humana de generar lazos y conexiones emocionales significativas. En pleno siglo XXI nos damos cuenta de cuánto dependemos de ser parte de una comunidad, de vincularnos y relacionarnos. Así como de cuánto nuestras decisiones impactan en los otros.

Desde el quehacer empresarial está la oportunidad de optar por el camino del desarrollo sostenible. La nueva economía del propósito nos invita a cambiar la forma de hacer las cosas hacia la búsqueda de bienes prósperos tanto en lo económico, social y ambiental. Tal vez este es el verdadero despertar: que por más que algunos quieran negarlo, como seres humanos vivimos gracias a la existencia de otros, que tenemos que hacernos conscientes de que nuestras acciones repercuten en los demás y que solo de esa forma la vida es sostenible y cobra sentido.

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