Un planeta que arde de calor 

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Daniel Vercelli Baladrón, socio y Managing Partner de Manuia, mentor y director de startups

Hace unos días, Londres hizo noticia por la ola de calor que afecta a la ciudad, con temperaturas sobre los 41 grados y graves consecuencias para las personas, entre ellas, la suspensión de recorridos del transporte público debido al sobrecalentamiento de carreteras y líneas ferroviarias y el aumento de los incendios forestales. También en China, en la ciudad de Quanzhou, un puente colapsó su estructura y explotó debido a la presión del calor de más de 40 grados que afecta a la zona.

Cuando hablamos repetidamente de los efectos nocivos que está trayendo el cambio climático, a veces el discurso puede sonar un poco abstracto, pero ejemplos como estos ayudan a dimensionar el daño que se está generando y cómo nos afecta (de manera creciente y palpable) en nuestra vida diaria.

Y es que resulta impactante ver cómo los materiales usados en la construcción e infraestructura son susceptibles de verse alterados o destruidos en un día de verano que fue más allá de toda expectativa y que refleja lo extremo de las temperaturas que estamos enfrentando. Esto significa que eventualmente los aeropuertos, autopistas, líneas férreas y otros, pueden quedar inutilizados y perjudicar tanto la continuidad operativa de las cadenas de suministro que usan esa infraestructura, como también las actividades de los ciudadanos en algo tan básico como el traslado a sus lugares de estudio o trabajo. 

Pero además de las consecuencias inmediatas, hay un problema mayor, porque esta pérdida implica también costos que tendremos que enfrentar como sociedad para reemplazar lo que está dañado y por supuesto, una inversión que utilice materiales que sean capaces de soportar la nueva realidad climática. 

Lo que sucedió en Londres y China es un problema global que cada país deberá encarar y para el que hoy mismo, en la práctica no estamos preparados. Mundialmente tenemos el compromiso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al año 2050, pero si las buenas intenciones y las palabras no dan un paso rápido a las acciones concretas, literalmente el planeta arderá en llamas.

Confío en que lo que está sucediendo en Europa -y que también podría ocurrir en nuestro hemisferio- nos haga acelerar la toma de conciencia real del problema, y nos movilice. Aunque la ventana de margen se está haciendo cada vez más pequeña, todavía es posible actuar en mitigación y adaptación al cambio climático, así como para restaurar las capacidades de la naturaleza, aunando voluntades políticas, gubernamentales, civiles y de los privados para detener el avance de la crisis. Es momento de actuar y lo que vemos ahora en las noticias y páginas de internet, nos indica dónde hay que posicionar los esfuerzos.

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