Resiliencia climática: de la adaptación a la oportunidad

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Carla Germani, Subgerente de Estudios de Manuia.

Hasta hace no mucho, la sostenibilidad se asociaba solo a temas de medio ambiente y naturaleza. La publicación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (#ODS) fue fundamental para el reconocimiento de las complejidades de un desarrollo sostenible y la interconexión entre los asuntos económicos, sociales y ambientales. 

Uno de esos objetivos se refiere a la acción por el clima y, en general, esta se suele categorizar en dos grandes grupos: #mitigación y #adaptación. Las medidas de mitigación son las orientadas a reducir las emisiones de contaminantes climáticos, como el reemplazo de combustibles fósiles por energías renovables. También entran en esta categoría las medidas que incrementan la capacidad de captura de carbono, como por ejemplo, la protección de bosques. 

El segundo grupo corresponde a las medidas de adaptación, que buscan moderar o evitar daños ocasionados por los efectos del #cambioclimático. Por ejemplo, sistemas de alerta temprana o sistemas de protección contra inundaciones. Debido a los pronósticos actuales, esto es cada vez más importante. Nuestra meta es limitar el calentamiento a 1.5 °C por encima de las temperaturas de la época preindustrial, pero, incluso si todos los países cumplieran con sus compromisos climáticos, estaríamos llegando a 2.6° C a fin del siglo. Un grado de diferencia pareciera ser poco, pero no lo es. Nuestra civilización ha aumentado la temperatura 1.2° C y los eventos (y tendencias) catastróficas ya se pueden ver en muchos lugares en el mundo.

Hay medidas que, en ciertos contextos, son de mitigación y adaptación a la vez. Por ejemplo, la conservación y restauración de bosques, además de capturar carbono de la atmósfera, cumple una función de adaptación al permitir la protección de suelos y cuencas hídricas, protegiendo a comunidades de inundaciones y sequías. 

A esos dos grupos se puede agregar un tercero asociado al financiamiento de pérdidas y daños ocasionados por el cambio climático. Este concepto está tomando cada vez más fuerza, sobre todo luego de las inundaciones en Pakistán. Los países más vulnerables al cambio climático son los de menos emisiones históricas, es decir, los que menos han contribuido a la crisis climática. Más aún, para ellos es más caro y difícil endeudarse. Quién debiera pagar por la reconstrucción luego de los daños, será una de las discusiones más importantes en los próximos años.

Frente a la urgencia por la adaptación y reducción de daños, se ha comenzado a hablar de resiliencia climática. Una comunidad resiliente es una que tiene la capacidad de hacer frente a una perturbación, manteniendo su identidad, funcionamiento y capacidad de transformación. Por ejemplo, una medida de resiliencia climática podría ser cambiar los cultivos tradicionales por agroecología. Esta podría permitir que una comunidad agrícola siga cultivando a pesar de una sequía, lo que a su vez disminuiría el impacto sobre sus ingresos y forma de vida. Más aún, reduciría el impacto sobre las cadenas de abastecimiento de alimentos de las ciudades. 

Es claro que la #acciónclimática contribuye a la estabilidad económica y social. Por un lado, la crisis climática podría dificultar la capacidad de alcanzar los #ODS y, por otro, la acción climática podría traer muchas oportunidades para el desarrollo sostenible. La tendencia global es a planificar medidas integrales que tengan una doble función mitigación-adaptación y que maximicen las sinergias con el desarrollo sostenible. Volviendo al ejemplo de la agroecología, una transformación de ese tipo estaría respondiendo no solo a metas climáticas, sino que también a otros objetivos de desarrollo sostenible, como fin a la pobreza, hambre cero y protección de ecosistemas.

Cada fracción de grado de calentamiento implica mayores pérdidas, daños y muertes. La crisis actual es climática, pero también económica, sanitaria y de biodiversidad. Necesitamos soluciones urgentes, pero también holísticas y escalables.

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