Por Bernard Bon, Director de Proyectos BOT SUEZ Latinoamérica
Recientemente se desarrolló en Chile el I Foro Latinoamericano de Infraestructura, un evento que reunió a importantes expertos de los ámbitos público y privado en torno a los distintos desafíos que enfrenta el continente en esta materia, entre ellos la creciente escasez de agua.
El estrés hídrico es hoy por hoy un problema global, y América Latina es una de las regiones más afectadas, incluyendo a Chile, que pese a tener más de 1.200 ríos y una costa extensa en el Océano Pacífico, está enfrentando una megasequía, como lo denominó el Centro del Clima y la Resiliencia de la Universidad de Chile.
Investigaciones recientes estiman que cerca del 70% de la población del país vive en zonas secas donde la cantidad de lluvia ha disminuido considerablemente, y los modelos predictivos anticipan que la temperatura media a 2030 seguirá subiendo, con efectos adversos en las cuencas del país. Por esta razón, urge implementar soluciones que permitan asegurar el suministro para la población y las actividades productivas, como la agricultura, la industria y la minería, entre otras.
La buena noticia es que existe preocupación sobre la materia. Al menos así quedó en evidencia en el panel “Infraestructura hídrica en un ambiente de cambio climático”, que se desarrolló del Foro Latinoamericano antes mencionado, en el que participaron varios ministros en ejercicio de Chile y otros países de la región, además de académicos y ex Mandatarios.
De hecho, el ex Presidente Eduardo Frei, destacó en su intervención que con el 33% de los recursos hídricos renovables del mundo y con apenas el 18% de la población del planeta, Latinoamérica es el continente con la disponibilidad de agua más alta del mundo, pero al mismo tiempo, con una enorme inseguridad económica del recurso, lo que se relaciona con el déficit de infraestructura, capital humano, institucional y financiero, que lleva a situaciones de escasez más allá de la presencia del recurso.
Entre las diversas soluciones planteadas en el panel para hacer frente a este inminente desafío, destacaron la necesidad de mejorar la gestión del recurso, la construcción de embalses y mini embalses, la incorporación del riego tecnificado en la superficie agrícola y la construcción de plantas desaladoras, entre otras.
La desalinización, tecnología que actualmente usan en Chile algunas compañías mineras, podría llegar a ser una real alternativa también para la agricultura y otras industrias. En el mundo existen cerca de 20 mil de estas plantas en 150 países, las que pueden abastecer de agua potable a unos 300 millones de personas. El 64% de ellas se destina a la producción de agua potable, el 34% al consumo industrial y sólo 2% a riego. América Latina concentra el 8% de la capacidad instalada, en tanto que el liderazgo lo tiene Medio Oriente y el norte de África, con 31%, seguido de Europa (25%) y Norteamérica (15%).
En Chile, las condiciones para la desalación están dadas, especialmente para el sector minero, ya que el 78% de las operaciones de ese sector están en zonas de clima árido o semi árido con restricciones hídricas importantes, pero con una zona costera llena de oportunidades.
En cuanto a los costos de producir agua desalada, dependiendo del país y tamaño de la planta, hoy fluctúa entre 0,75 y 1,25 US$/m3. Sin embargo, se prevé que gracias a las mejoras tecnológicas y bajas en los costos de la energía y de la inversión en este tipo de sistemas, estos valores se reduzcan a la mitad en los próximos 20 años.
Teniendo en cuenta que Chile es un país costero que ya sufre estrés hídrico, que existe en el país la experiencia y capacidad técnica para construir plantas desaladoras, cuyos costos serán cada vez menores -especialmente si se utilizan energías renovables-, surge la pregunta: ¿qué falta para poder potenciar esta tecnología?