COP30 para el sector privado: se acabó la era del “ver qué pasa”

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Por Daniel Vercelli Baladrón, cofundador y managing partner de Manuia consultora, director de empresas

Si uno mira los titulares, la lectura de COP30 en Belém parece simple: no se logró un acuerdo para terminar con los combustibles fósiles, otra cumbre “insuficiente”. Desde la óptica empresarial, la historia es más compleja… y mucho más relevante.

Porque mientras se peleaba (y se trababa) el lenguaje sobre fósiles, se movían silenciosamente las placas tectónicas del dinero, los mercados de carbono, el comercio y los bosques. Y ahí es donde el sector privado va a sentir de verdad el impacto de esta COP en los próximos años, en el cambio de cancha.

En Belém se lanzó y amplió la Open Coalition on Compliance Carbon Markets, una iniciativa liderada por Brasil, China y la Unión Europea para coordinar e integrar distintos mercados regulados de carbono. Hoy ya suma 18 miembros, incluyendo Reino Unido, Canadá, Chile, México, Alemania y otros países que representan una parte importante del comercio global.

Para una empresa esto no es un tema “ONU”, es un tema de pérdidas y ganancias.  A mediano plazo, esa cooperación apunta a armonizar reglas y, de facto, precios del carbono entre jurisdicciones. Las compañías expuestas a varios mercados (energía, cemento, acero, aviación, retail multinacional) van a ver cómo se reduce el espacio para “arbitrar” entre sistemas laxos y estrictos.

También se frenaron intentos de debilitar las reglas de integridad del nuevo mecanismo del Artículo 6.4, dejando claro que el estándar se mueve hacia créditos más exigentes y trazables. Traducido: si tu estrategia climática corporativa se apoya en offsets baratos y en supuestos, esta es una señal fuerte para actualizar modelos.

El segundo gran paquete de decisiones tiene que ver con bosques tropicales y capital natural. En Belém se lanzó formalmente el Tropical Forests Forever Facility (TFFF), un fondo que aspira a movilizar unos US$125.000 millones combinando aportes de países ricos y filantropía con capital privado. 

¿Qué implica para el sector privado? Los bosques pasan a ser clase de activo: bonos soberanos ligados a conservación, vehículos mixtos, fondos temáticos de naturaleza. Para empresas con cadenas de suministro expuestas a deforestación, aumenta la presión para demostrar trazabilidad libre de deforestación. Para compañías que hoy compran créditos forestales, el mensaje es claro: se viene un ecosistema más regulado, con mayor protagonismo jurisdiccional y estándares compatibles.

Por primera vez, la COP incorporó de manera formal una agenda de comercio y clima con un foro integrado sobre cambio climático y comercio. Esto importa más de lo que parece a cualquier negocio exportador o importador, porque la conversación deja de ser solo “emisiones” y entra en aranceles, reglas de origen, contenido de carbono y trazabilidad. El mensaje clave aquí es que quien no se prepare para reportar y reducir intensidad de emisiones por unidad de producto, perderá competitividad en mercados clave.

El llamado “Paquete de Belém” incluyó el compromiso de triplicar la financiación para adaptación hacia 2035, además de una hoja de ruta técnica. Hoy la mayor parte de esa financiación es pública, pero varios análisis señalan que el sector privado podría representar alrededor del 15%, frente a un 3% actual.

¿Dónde entra la empresa aquí? El mensaje implícito de COP30 es: los Estados no van a poder financiar solos la adaptación; habrá cada vez más instrumentos que mezclen recursos públicos y privados, y las empresas que se posicionen temprano en soluciones de adaptación (tecnología, servicios, infraestructura) estarán mejor ubicadas en los próximos 10–15 años. Adaptación, en clave empresarial, es gestión de riesgo operativo y de cadena de suministro, no filantropía.

Ante este escenario, algunas preguntas muy concretas que cualquier directorio debería estar haciendo después de Belém: ¿Estamos trabajando con un precio del carbono alineado con los escenarios que se discuten en COP30 o seguimos con uno simbólico? ¿Qué implica para nuestro negocio que aumente el costo de emitir o compensar CO₂? ¿Estamos preparados para operar bajo mercados de carbono más exigentes? ¿Conocemos qué parte de nuestra cadena depende de materias primas vinculadas a bosques y cómo nos afectaría un estándar de deforestación cero? ¿Alguien está siguiendo la agenda de comercio y clima o la estamos tratando como un tema externo? ¿Estamos listos para reportar huella de carbono por producto ante reguladores y grandes compradores?

La buena noticia es que COP30, lejos de cerrar el juego, lo aclaró. Dejó más nítido quién quiere frenar la transición, y  también dio señales concretas de hacia dónde se mueven las reglas, el dinero y las expectativas.

La mala noticia —o la oportunidad, según cómo se mire— es que ya no es creíble decir “esperemos a ver qué pasa en la próxima COP”. El tablero para el sector privado está en movimiento ahora mismo. Y quienes entiendan que Belém fue menos sobre discursos y más sobre arquitectura de mercados, financiamiento y reglas, van a tener una ventaja estratégica difícil de recuperar después.

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