La “ventana” de Bill Gates y la crisis climática: buena vista, pero angosta

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Por Gonzalo Muñoz Abogabir y Daniel Vercelli Baladrón, cofundadores de Manuia consultora y AmbitionLoop

Bill Gates acaba de publicar un artículo donde plantea tres “verdades” sobre el cambio climático: (1) que es un problema serio que debe combatirse y que ha habido avances gracias a la innovación; (2) que medimos mal el progreso si solo miramos la temperatura, cuando deberíamos enfocarnos en el bienestar humano; y (3) que la salud y la prosperidad son la mejor defensa ante la crisis climática. También plantea que deberíamos priorizar soluciones eficaces frente a otros problemas igualmente catastróficos, como la desnutrición o la malaria.

Hasta ahí, su diagnóstico parece razonable: reconoce la urgencia, los avances y la relevancia del desarrollo humano. Sin embargo, su propuesta de solución, centrada casi exclusivamente en la innovación tecnológica, deja fuera otras dimensiones cruciales. Gates sugiere que el cambio climático no sería tan devastador como se ha dicho, y reconoce que algunos esfuerzos por descarbonizar podrían aumentar la pobreza. Defiende acelerar la innovación para crear soluciones limpias, baratas y escalables, confiando en que el mercado y la ciencia técnica resolverán el problema. Pero omite factores sistémicos, sociales, económicos y ecológicos, que también determinan el bienestar y la resiliencia humana, además de ser devastador para muchas otras especies.

La ciencia climática actual ofrece una lectura más compleja y urgente. Esta semana, el informe The 2025 State of the Climate Report: A Planet on the Brink, firmado por 15 destacados científicos, muestra que 20 de los 35 indicadores clave del sistema terrestre están en niveles récord: emisiones, pérdida de hielo, calor oceánico, subsidios fósiles. Todo apunta a un deterioro acelerado, no a una estabilización. El contraste con la visión de Gates es claro: mientras él apuesta a la tecnología, la evidencia científica advierte que las soluciones técnicas, sin cambios estructurales en gobernanza, consumo y equidad global, serán insuficientes.

Gates busca bajar el tono apocalíptico y afirma que la humanidad sobrevivirá. Pero el informe advierte sobre el riesgo real de puntos de no retorno que podrían desencadenar efectos en cascada: aumento del nivel del mar, pérdida de biodiversidad, colapso agrícola y desplazamientos masivos. No sería el fin del mundo, pero sí del mundo como lo conocemos, y sí del mundo para la población más vulnerable.

Su enfoque en el bienestar humano es valioso, pero al compararlo con los datos de salud global, las proporciones hablan por sí solas. Según la OMS, 3,6 mil millones de personas viven ya en regiones altamente expuestas a riesgos climáticos. El Lancet Countdown 2025 estima una muerte por minuto atribuible al calor, y el Foro Económico Mundial proyecta 14,5 millones de muertes adicionales hacia 2050 por causas climáticas. El Banco Mundial prevé 216 millones de desplazados internos por razones ambientales antes de 2050, mientras las pérdidas económicas superan los 200.000 millones de dólares anuales, según el Global Assessment Report 2025.

El cambio climático no es solo un problema ambiental: es una crisis humanitaria de cámara lenta. Afecta primero a quienes menos contaminaron y a quienes menos capacidad tienen de adaptarse. Hablamos de vidas truncadas, desplazadas o empobrecidas si seguimos postergando decisiones.

Gates tiene razón en decir que debemos medir el progreso en términos de bienestar humano, pero eso no es suficiente. Sin control de emisiones y temperatura, el impacto sobre salud, pobreza y desarrollo será inevitable.

La ciencia es clara: aún estamos a tiempo de evitar los peores desenlaces, pero no si seguimos apostando únicamente por soluciones tecnológicas o de mercado. Se requiere un cambio sistémico: gobernanza climática, justicia económica y un rediseño profundo de los modelos de desarrollo.

Bill Gates tiene una parte del mapa. La otra la está trazando la comunidad científica y la sociedad civil. Ignorarla no solo es un error estratégico. Es, quizás, el lujo que no podemos darnos en este momento. Porque lo que está en juego es, justamente, la “ventana” de oportunidad que tenemos para aminorar el sufrimiento humano a gran escala.

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