Cuando abrir las puertas abre también la confianza

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Contamos historias que merecen crecer. Pensamos diferente y elegimos creer en las personas, comunidades y organizaciones, las grandes y las que están empezando ahora en la mesa de un café, pero que van a cambiar el mundo.

Por Javiera Cardemil, Jefa de Comunicaciones e Impacto Social de Empresas Iansa

En Chile tenemos una brecha de conocimiento entre la ciudadanía y el mundo empresarial que alimenta la desconfianza. La mayoría de las personas saben muy poco de cómo se produce lo que consume, cómo funcionan las cadenas logísticas o quiénes trabajan en ellas. Esa distancia ha dejado espacio para prejuicios, narrativas simplificadas y desinformación que, con redes sociales saturadas y polarización creciente, se amplifican sin filtro. Por eso “Empresas Abiertas”, la iniciativa de SOFOFA que invita a la comunidad a recorrer operaciones reales, no es una actividad corporativa: es un ejercicio de construcción de confianzas.

Lo innovador de esta iniciativa no está en abrir un portón o en mostrar una planta: está en instalar la idea de que la confianza hoy se construye a base de evidencia, no de discursos. Las personas ya no creen en declaraciones institucionales porque el lenguaje reputacional se desgastó. En cambio, creen en lo que pueden ver, tocar y preguntar, en los intercambios de miradas. En un país que exige trazabilidad para los alimentos, la coherencia pide que también exista trazabilidad social y productiva. Que las empresas muestren su operación de la misma manera en que los ciudadanos demandan evidencia para todo lo demás.

Este tipo de apertura también desordena un debate instalado: el mundo privado ya no puede limitarse a explicar sus aportes en términos macroeconómicos o de empleo, tiene que mostrar sus procesos ambientales, tecnológicos, laborales y logísticos en tiempo real. Cuando las comunidades recorren una operación y ven dónde se invierte, dónde se innova, dónde existen tensiones y dónde hay oportunidades de mejora, el diálogo cambia de eje. Deja de ser una discusión identitaria (la empresa vs. la comunidad) y se convierte en una conversación informada sobre impactos, desafíos y corresponsabilidades. Esa es la parte crítica: abrir puertas obliga a un estándar mayor de coherencia interna, porque ya no basta con declarar buenas intenciones.

En tiempos de exceso de opinión y déficit de información, permitir que las personas entren a una instalación y conozcan directa y personalmente a quienes hacen el trabajo detrás de ella es un acto que abre la conversación pública. De hecho, iniciativas como estas se alinean con tendencias globales, desde el Open Government hasta las Open Factories en Europa, donde la transparencia no es un gesto reputacional, sino parte de la gobernanza moderna: abrir procesos para que la ciudadanía pueda fiscalizar, entender y participar.

Quizás la idea más disruptiva que deja “Empresas Abiertas” es que el sector privado podría asumir un rol de generar espacios de aprendizaje cívico. Cuando una planta se vuelve un aula y una visita guiada se convierte en un ejercicio de confianza, el país gana algo más que una actividad de vinculación. Gana un puente y un recordatorio de que abrir puertas (literal y simbólicamente) puede ser una de las transformaciones más simples y más profundas para volver a entendernos.

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