Por María Elba Chahuán, Vicepresidenta y Fundadora de Unión Emprendedora
Cuando hablamos de “marca país” solemos pensar en campañas publicitarias, en imágenes de paisajes, vinos o en slogans que buscan posicionar a Chile en el mundo. Pero la verdad es que la mejor vitrina internacional que tenemos no está en un comercial ni en un folleto turístico: está en las manos de los emprendedores que se atreven a exportar su talento.
Cada vez que un producto chileno llega a otro mercado, o que una startup local instala una solución en otro continente, lo que se pone en juego no es solo la reputación de esa empresa. Lo que se proyecta también es la creatividad, la calidad y la capacidad de innovación de todo un país. El emprendedor que cruza fronteras se convierte, sin proponérselo muchas veces, en un embajador de marca país.
No hablo de algo simbólico. Lo vemos en la práctica: desde los productores de alimentos que han logrado abrirse camino en mercados tan exigentes como Estados Unidos, hasta las startups tecnológicas que hoy compiten de igual a igual en Silicon Valley. Cada una de esas historias construye la narrativa de un Chile diverso, resiliente, capaz de generar valor más allá de sus recursos naturales.
El desafío está en que, como país, no siempre hemos sabido valorar ni potenciar a estos embajadores. Nos enorgullecemos cuando una pyme logra instalarse en el extranjero, pero muchas veces ese camino fue más cuesta arriba de lo que debería haber sido. Falta coordinación, falta apoyo sostenido y falta una mirada estratégica que entienda que detrás de cada emprendedor que sale al mundo hay una oportunidad de mostrar la mejor versión de Chile.
Ser embajador de marca país implica una gran responsabilidad. No se trata solo de vender un producto o un servicio, sino de transmitir confianza, seriedad y compromiso con la calidad. Y eso lo saben muy bien los emprendedores: cada error, cada incumplimiento, cada mala experiencia con un cliente internacional no solo afecta a la empresa, también golpea la percepción de Chile como origen. En cambio, cada acierto, cada innovación y cada relación de confianza abre puertas para muchos más.
Aquí es donde debemos dar un salto. Así como nos gusta hablar de la importancia de diversificar la economía y apostar por la innovación, necesitamos traducir ese discurso en acciones concretas: más apoyo a la internacionalización de las pymes, más herramientas para competir en igualdad de condiciones y, sobre todo, más orgullo nacional por lo que nuestros emprendedores logran afuera. Porque no basta con que lo sepan en Berlín, en Tokio o en Miami; debemos reconocerlo primero en casa.
El emprendedor que lleva a Chile en su mochila no lo hace solo por ambición personal. Lo hace porque cree en lo que este país es capaz de ofrecer. Lo hace porque entiende que su éxito también puede abrir camino a otros. Y lo hace porque, aunque no aparezca en ninguna campaña oficial, se convierte en un rostro real, tangible y creíble de la marca país que tanto necesitamos cuidar.
Apoyar a estos embajadores no es un favor, es una inversión. Porque cada pyme que logra exportar, cada startup que escala en el extranjero y cada innovación que se instala en un mercado global, es una ventana que nos muestra al mundo no como un país pequeño y lejano, sino como un territorio lleno de talento, creatividad y capacidad de hacer las cosas bien.
En definitiva, el verdadero poder de la marca país no está en un logo ni en un slogan. Está en nuestros emprendedores, que con su esfuerzo, ingenio y coraje son quienes realmente ponen el nombre de Chile en el mapa. Y a ellos debemos darles todo el apoyo que merecen, porque cada uno, a su manera, nos representa a todos.
