Lluvias y humedales: una relación que no debemos subestimar

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Por María José Domínguez, directora ejecutiva, Fundación Kennedy

Con la llegada del invierno, se repite un guión que ya conocemos: lluvias intensas que “sorprenden”, calles anegadas, viviendas afectadas, familias damnificadas. Los noticieros volverán a mostrar la fragilidad de nuestras ciudades, mientras el agua, una y otra vez, retoma el cauce que alguna vez le arrebatamos. Y aunque quisiéramos que fuera distinto, todo indica que este ciclo —agravado por el cambio climático— no solo se repite, sino que se intensifica: lluvias torrenciales, olas de frío o de calor, cada vez con mayor fuerza y capacidad destructiva.

Pero detrás de cada desastre, hay un protagonista olvidado: los humedales.

Lejos de ser terrenos baldíos o zonas improductivas, los humedales son verdaderas infraestructuras naturales. Actúan como esponjas que capturan el exceso de agua en épocas de lluvias intensas y la liberan gradualmente, ayudando a prevenir inundaciones y sequías. Además, recargan acuíferos, moderan temperaturas locales y albergan una biodiversidad clave para la salud de nuestros ecosistemas.

Chile cuenta con cerca de 18.000 humedales catastrados que cubren más de 1.460.000 hectáreas, una superficie equivalente a veinte veces Santiago. Sin embargo, apenas el 3% de ellos está protegido oficialmente. Las regiones de Aysén, Magallanes y Los Ríos concentran grandes extensiones de estos ecosistemas, pero también enfrentan crecientes amenazas, principalmente por la expansión urbana desregulada y prácticas de desarrollo poco sostenibles.

Aunque los esfuerzos de protección han avanzado, la destrucción avanza aún más rápido. Entonces, ¿de verdad necesitamos esperar nuevas tragedias para reaccionar? Las herramientas legales son necesarias, sí, pero no es todo lo que se necesita..

El problema no es solo ambiental, es estructural. Durante décadas, hemos desarrollado nuestras ciudades dándole la espalda a la naturaleza. Rellenamos, canalizamos y destruimos humedales en nombre de un mal entendido progreso, reemplazando ecosistemas vivos por cemento. Hoy vivimos las consecuencias: barrios en zonas inundables, sistemas colapsados ante lluvias intensas y ecosistemas degradados que ya no pueden cumplir su rol protector.

Incorporar la protección de humedales en la planificación territorial y en los proyectos de desarrollo no es un lujo ni una bandera ideológica: es una necesidad urgente. Se requiere fortalecer los instrumentos de protección, promover soluciones basadas en la naturaleza y sumar a comunidades y privados a una gestión colaborativa y responsable. Un humedal saludable es una defensa natural, gratuita y eficiente frente a la crisis climática.

Es momento de dejar de ver los humedales como obstáculos para el desarrollo y comenzar a reconocerlos como aliados estratégicos. Si queremos construir ciudades sostenibles, resilientes e inclusivas, la conservación de estos ecosistemas debe ser parte central de nuestras políticas públicas, no un asunto marginal.

El agua no olvida. Y si seguimos ignorando la naturaleza y subestimando los servicios que nos presta, nos lo recordará —lluvia tras lluvia, desastre tras desastre— que no hay futuro posible sin sostenibilidad.

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